viernes, 7 de octubre de 2011

Una esvástica en el pecho


Una cruz esvástica marcada en el pecho de un hombre flaco. Orgulloso y desafiante parado en donde empieza la calle Virasoro. Cerca de lo que se conoce como la barranca. Virasoro después de cruzar el pasaje Santafesino antes de llegar a Convención. En medio de esas casas precarias y los callejones de tierra. Estaba ahí. Justo ahí. Mirando al cronista que perdido intentaba volver sobre sus pasos.
El hombre tatuado mira fijo. Desafía al conductor del auto que ingresó por error a una calle desconocida. Mediodía de mucho sol en un domingo antes del almuerzo. Manos en la cintura y los ojos como un fusil. El auto del cronista lento, inseguro avanza como tortuga hacia el hombre que en cuero y ojotas mira directo y, presuntamente, amenazante.
El cronista detiene el coche y da marcha atrás. Sin incertidumbre ni temor, pero con pálpito de la prudencia. Hasta que una seña respaldó ese instinto de supervivencia. El hombre, flaco semidesnudo y con la esvástica en el pecho levanta las manos y junta los dedos con el pulgar. Los abre y los cierra. La mímica elocuente. “Cagón”.
“Es el Taco”, dice un vecino. “Entrar ahí es una trampa para desconocidos. No hay salida, cuando querés dar vuelta con el auto, te arrebata lo que tengas. De noche es peor. Pero de día tampoco te salvás”, agrega.
El tatuaje. Feroz como símbolo. Dramático y real. Esa esvástica negra inmensa en el pecho raquítico. “No hay locales capaces de tatuar eso”, dijo el Turco, el precursor de los tatuajes en Rosario desde Route 66. “Algunos piden cosas raras, una Virgen sin cabeza, un Cristo prendido fuego, cosas agraviantes para la religión, pero no lo hacemos. Los sacamos del local sin tanta explicación”, agrega.
-Quien puede en Rosario tatuar una cruz esvástica negra y grande en el pecho?, pregunta el cronista.
- En Rosario nadie, aunque en la cárcel puede pasar, porque pasa cualquier cosa, responde el Turco.
En estos tiempos el tatuaje carcelero se hace con máquinas pero sin la estricta sanidad exigida por las autoridades médicas. Hubo épocas que se usaba la goma derretida de los secadores de piso o la suela de las ojotas como materia prima de esa “tinta”. Una vez derretida y fría, se rallaba y la disolvía con alcohol. Ese líquido espeso ingresaba al cuerpo con agujas comunes calentadas a fuego directo con fines sépticos. “Históricamente en la cárcel el que tiene aguante no cambia aguja, está jugado y no le importa nada”, agrega el Turco.
“Cagón”, exclama con silencio y mímica de manos el hombre tatuado. El vehículo retrocede, la esvástica se hace visible con el mediodía y aunque contradictorio, con tanto sol, tanta noche. Un imán para el escape.

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