Botines en casa
Soy un burro. Con suerte, pero burro. No tengo destrezas
para el fútbol más que la ilusión de aprenderlo a jugar. Aunque confieso que
también he soñado con que mágicamente mi cuerpo se asocie con el talento.Que la palabra gambeta no me quede tan lejana. Pero nada de eso ha pasado por
el momento. El tronco se cambia y sábado tras sábado se somete a un placentero
ritual torpe. Ir a disfrutar algo que no maneja bien. Holanda, un equipo de 16
cuarentones, me tiene como uno más. Arranque a los 36 años, hoy con 47 insisto.
Más gordo, más lento, más enojado con esa panza y ese caminar inútil dentro de
la cancha. Pero todo esto tiene una explicación, señor juez.
Quise que en casa, en aquel otoño del 2005, hubiera un par
de botines. Que los chicos (muy chicos) vieran de pequeños que existía un
calzado que permitía hacer deporte con mayor comodidad. Fútbol, rugby, hockey,
lo que sea. Que vieran a su padre hacer el bolsito los sábados y volver
transpirado después de largas horas. Que pregunten “Como saliste” para
responder “Perdimos 3 a 1”. Perdimos, ganamos, empatamos. Primera persona
plural. Conjugación verbal como reserva de identidad. Somos muchos. En las
buenas y en las malas.
Dos campeonatos ganados, nuevos jugadores, otros que se
iban. Peleas, afectos, papelones
vestidos de derrotas y victorias arrebatadas con suerte. Al final el
mismo sabor, los muchachos alrededor de la mesa compartiendo uno de los
mandamientos más obedecidos a Dios, el tercer tiempo. Y si, ahí todo se explica
más fácil. Los amigos en la cancha hacen que la vida sea entendida con mayor
sencillez.
Este año perdimos la semifinal por penales. Con dos menos en
la cancha logramos pelear y quedarnos con el tercer puesto. En fin, algo previsto
en los planes de cualquier jugador veterano, terminar entero un año de
permanente riesgo físico. Rodillas flojas, dietas pedorras, un gol hecho por el
más tronco que demuestra la generosidad de un deporte hermoso. Y los botines
ahí en el bolso llegando a casa.
Antes de su condena señor juez quiero decir que este texto
tiene el sentido de una crónica gambeta, señor juez. Cinco párrafos usé para contar que los chicos
(hoy ya no tan chicos) tienen más botines, más destrezas, más lealtad y pasión
que el choto de su padre para entrar a una cancha.
Tomi tiene 16. Y con el plantel M-16 de Rugby de Ger logró
festejar el campeonato de URR jugando con garra y lealtad. Un desafío personal a su propia anatomía. Mirandose duro en medio de rituales bravos. Lucas, el de 14 ayer
festejó con la novena canalla el campeonato de la rosarina. También hostil camino, sometidos a los
duros vaivenes de una competencia aguerrida y extremadamente adulta.
Campeones los pibes. Con sus propios botines. Zapatos que ahora miro yo.
Esfuerzo, solidaridad, voluntad, dedicación, disciplina y sobre todo amor. Valores que dentro de la cancha resultarán una metáfora imprescindible para lo que se les viene.
En casa hay un piano, dos guitarras, un violin y hasta una trompeta. Una biblioteca inmensa y hermosa. Videos con películas, un estudio de grabación de radio, música en todos sus formatos, una muy personal colección de vinilos. Pero con ellos, con 3 y 5 años, metiendo el hocico en el mundo de las curiosidades fui a buscar un par de botines. Para ver que salía. Y esa cosa que ahora veo me prendió fuego el corazón.